Después de terminar primaria( Jorge Arévalo)


Después de terminar primaria.

Con razón la gente suele decir, que soñar no cuesta nada. Recuerdo que cuando cursábamos los últimos meses del quinto año de primaria, a la profesora Tomasa -y con seguridad con muy buenas intenciones- se le dio por preguntarnos, si es que queríamos estudiar secundaria. Llegó a preguntarnos, qué nos gustaría ser cuando seamos mayores. Desde luego que todos teníamos el deseo de seguir estudiando. Algunos querían ser de mayores profesores, ingenieros,  médicos, por mi parte anhelaba ser periodista. Entre el querer, desear y el poder concretarlo, existe muchas veces y sobre todo para los pobres, un gran margen que hace que se vuelva inalcanzable.

La fiesta de promoción fue del todo muy austera, no pasamos de la chicha morada, de los bocaditos y de bailar sin perder ninguna de las tonadas, porque el servicio de la música, lo proporcionó uno de los padres de familia y la cedió gratis. Pasado un corto tiempo, con relación aquella fiesta vino lo decisivo, se aseguraba que cinco iríamos a estudiar la secundaria, pero al final sólo salimos del pueblo dos y fuimos a estudiar la secundaria, a distintos lugares.

Ya matriculado en la Gran Unidad Escolar San Ramón de Chulucanas, vinieron los desencuentros con mi hermano, porque él, era el responsable de la economía. Pedí que mi uniforme,  lo confeccionaran en Chulucanas. Que los zapatos y las medias las adquirieran en la tienda Bata Rímac. Que debía ir desde el primer día de clases, con todos los útiles escolares. Que me compraran un maletín escolar en Piura, desde luego que aprovecharíamos los viajes que por razones de trabajo, realizaba mi hermano a esa ciudad, todos los fines de semana.

Para ese entonces, mi hermano ya había construido en el barrio Lagunas de Chulucanas, una casa de material noble, era muy amplia  y debía ir a vivir a su casa. Cuando entramos en los detalles, sobre todo de lo que sería mi dormitorio, empezaron los mayores problemas, todos sin mi consulta, estaban convencidos que yo llevaría mi cama conformada por dos burritos de madera y una tarima a base de tiras de Guayaquil clavadas en varas de overal y desde luego la cama se complementaría con el infaltable y de moda colchón de paja de arroz.

La propuesta,  me parecía una injusticia, obtener diploma de aprovechamiento todos los años en primaria, porque en conducta quedaba debiendo nota, y que me enviaran con ese tipo de cama, más aún a una casa que era de material noble, desde mi punto de vista no encajaba. En esa discusión estábamos en la familia cuando apareció mi tío Teódulo, que se le consideraba toda una autoridad en la familia. El tío tercio en la discusión y enterado del asunto, dirigiéndose a mí, dijo: “no le veo problemas, al asunto sobrino. La cama la debes llevar por partes, primero trepas los burritos y la tarima de Guayaquil en la camioneta y si alguien te pregunta donde llevas esa cama, le dices, que no es cama, que es una puerta para un corral de patos. Y asunto arreglado”.
Todos se rieron y a continuación sugirió, que compraran una cama de campaña comodoy, de una plaza  que traía un colchón de espuma. Allí ya tranzamos y pase de la cama de Guayaquil con colchón de paja, al comodoy de campaña. Era lo más lógico, porque ya pasaba a secundaria.

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