Mi primera pelea en secundaria.(Jorge Arévalo )


Mi primera pelea en secundaria.
Para poder entender el lio en el que termine metido, les contare algunos antecedentes, pues había terminado primaria en la escuela fiscal de mi pueblo Talandracas, desde luego con buenas notas. Arme un lio para no ir a estudiar al Colegio Agropecuario, y gracias a la carta del ingeniero Luis Pachas de la hacienda Talandracas, logré matricularme en la Gran Unidad Escolar San Ramón de Chulucanas en el turno de día.
De mi promoción, sólo dos fuimos a estudiar secundaria, los otros -me refiero en primer lugar a los varones- que se quedaron en el pueblo, pasaron a formar parte de la mano de obra en el campo y las jovenes unas ayudando en casa y otras se acompañaron inmediatamente y formaron familia.

Días antes de la partida, mi negrita –mamá Etelvina +- me concentraba por las noches, para instruirme en el comportamiento que debía tener en el colegio. Una de las primeras indicaciones fue que le hiciera caso a los mayores, una segunda que no vaya a pelar por nada en el mundo, tercero, que haga amigos, cuarto, que estudie, quinto que no deje de venir todos los sábados, sexto que sea acomedido en la casa de pensión, que la atendía mi tía Anasila, hermana de mi padre.  Aquí la corto, porque las recomendaciones fueron el doble, de las que le dio el Quijote a Sancho Panza, cuando en broma lo nombraron gobernador de una península.

La llegada a Chulucanas, me hizo caer en la cuenta que la visión del mundo que tenían mis madres y todas las personas mayores de mi pueblo, era distinta a la que tenían el gentío de Chulucanas. Los términos mayor y respeto además de ser amplios en mi pueblo, eran de estricta observancia. Con estos dos elementos, se regía la relación campesina y con el hacendado, en la parte superior de la pirámide social, no había posibilidad de concesiones. Persona mayor se le consideraba a todo aquel, que tuviera algunos meses más o un año con relación a uno. En mi Talandracas, la mayoría de edad establecía jerarquías.En Chulucanas, las relaciones sociales eran otras.

El que no me peleara por nada en el mundo, se convertía en un deseo de mi madre, deseo que no se ligaba con la realidad que estaba viviendo y del que sería parte por muchos años. Con todo el amor que les profeso a mis madres y el respeto por todas las madres del mundo, debo decir que las madres se equivocan algunas veces, pues tienen una idea muy borrosa de cómo se mueve el ambiente exterior. Pedirme no me pelear, es colocarme completamente desarmado, en la calle que es una selva, donde la consigna es sálvese quien pueda. Como me va a pedir que no me pelee,  si voy del campo a la ciudad, si en cuanto llegue y supieron que venía de un pueblo que se llamaba Talandracas empezaron las burlas en el aula y en el patio, al punto de asegurar que el pueblo no existía, porque no lo conocían y entonces dónde diablos había nacido yo.

Que no me pelee, si cuando la pequeña campana de metal fundido, que pendía del techo y se ubicaba en una de las esquinas del primer patio, convocó para que  ingresáramos al aula, un niño de apellido Hernández, me dijo que la carpeta que estaba ocupando le pertenecía. Como no pelearse, si fui a sentarme a una segunda carpeta y el niño volvió a repetirme que esa segunda carpeta también le pertenecía, y la tercera y la cuarta, eran de él también. Sólo cuando ingresó el profesor, dejó de fastidiar, pero señalándome con el dedo índice, me advirtió que en el recreo arreglaríamos el impase. Se refería sin duda, a la imprudencia mía, de haberme sentado en las carpetas de su propiedad.

Como no creerle, si en mi escuela de primaria, en el pueblo de Talandracas, cada quien llevaba su silla y los que procedían de familias que tenían un poco más, llegaban a la escuela portando una carpeta personal, hecha de madera de hualtaco, de palo santo, o de cardo.

La campana volvió anunciar la hora de recreo y fui al kiosco para comprar una chicha morada y un plátano y se apareció el tal Hernández, esta vez resuelto a cobrarme por la sentada en su carpeta. Insistía que le pague con plátano y chicha morada. Y la lección de mi madre retumbaba en mi cabeza. Que no me peleara por nada en el mundo.
Hernández insistía en el pago, opté por lo sano, llamé a uno de los policías escolares y le comuniqué que el niño Hernández estaba fastidiándome. Y lejos de resolver el entuerto, pregunto que si le tenía miedo. Le respondí que no. Qué tenía que ver, el tenerle o no miedo al tal Hernández con el derecho que me asistía de sentarme en una carpeta. Pero ya había respondido que no tenía miedo y con ello el pacto para la pelea se había firmado

De inmediato el policía escolar, empezó a silbar y llegaron otros policías escolares y también se sumó el brigadier general. Conversaron entre ellos y nos ordenaron marchar al fondo del segundo patio. Uno de los policías escolares, se apropió de mi chicha morada y mi plátano, mientras otro establecía las reglas. Cuando dijo que no se valían las patadas, que no se pateaba al caído. En ese instante, fui consciente que era el primer día que estaba presente en el colegio, que sólo había asistido a una hora de clases. Que llevaba dos días en Chulucanas. Que había venido a estudiar para poder ser ingeniero o periodista Consciente era que el consejo de mi madre, en ese momento no valía, ni me podía defender.

Uno de los policías escolares me decía al oído, que si peleaba ahora, nunca más me joderían. Además que sepa mi madre, que Hernández ya estaba mostrando los puños y con la guardia en alto se paseaba trazando un semi circulo. Que sepan las madres, que cuando los curiosos  forman el círculo para ser testigos directos de la pelea, ya no es posible optar por la retirada. Peleas o peleas, de lo contrario el futuro se cubre de un manto oscuro de desprecio y de burlas. Porque la retirada, es sinónimo de mariconada y en Talandracas nunca formé parte del grupo de los churres tranquilos.

Así que sin más ni menos, quebré la regla, que mi madre me había dictado. Cuando termine la pelea, y como era de esperarse,  no había ni plátano, ni chicha morada. Pero regrese al salón de clases entre vivas, lo más importante ya tenía adjudicado, un lugar en una de las carpetas. De la pelea de esa mañana se corrió la voz en todo el colegio, porque fue la primera pelea en el primer día de inicios del año escolar, en la primera mañana y después de una hora de clases del año 1970.

Nunca se lo conté a mi negrita, pero aprendí que tampoco debía desarmar a mis hijos, para que cuando tengan que surcar la calle que es toda una selva, opten por la defensa, en tanto sea necesaria.

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